Umita quiere decir
"cabecita", en quechua. Es un ser legendario muy conocido en Santiago del
Estero, y especialmente en los Departamentos de Guasayán y Jiménez. Se lo
describe como una cabeza humana de larga y enmarañada cabellera que vaga sola en
la noche, rodando por el suelo o volando a ras de él, y produciendo al
desplazarse un ruido suave, como de trigal mecido por el viento. También como
una gran cabeza de dura pelambre, o una cabecita como de criatura.
Suele
aparecerse en las taperas o en los caminos viejos y abandonados en esa indecisa
claridad en que culmina el día, llorando y con el rostro bañado en lágrimas.
Aunque por lo común reduce su llanto a una simple expresión de amargura, hay
veces en que implora piedad, o pide ayuda para salir de su angustiante
situación. Siempre quiere contar al viajero su aflicción, pero sólo logra
aterrorizarlo con su presencia.
Sin embargo, muchos afirman
que hacerse acompañar por ella en una travesía nocturna es una protección eficaz
contra los malos espíritus, aunque hay que aguantar, claro, sus constantes
quejas. Di Lullo subraya esta condición de numen tutelar, que advierte a los
hombres sobre los peligros que los acechan. Domingo Bravo nos cuenta que a
menudo los paisanos le dejan agua en un sitio apartado para que beba, pues sería
la sed lo que la saca de su refugio, llevándola a merodear los
ranchos.
Pero también hay versiones
terribles de esta leyenda, que hablan de viajeros que se trabaron en tenaz lucha
con ella hasta el amanecer, hora en que la vieron transformarse en toro o
ternero, y confesar bajo tal apariencia el error o la falta que está condenada a
pagar. Pero el vencedor no salió en esos casos bien librado, pues perdió el
habla. La palabra de la Umita sólo suena para privar de su palabra al
desventurado oyente. El alba pone siempre fin a sus
andanzas.